domingo, 5 de octubre de 2014

Cuento: Y SE FUE LA LUZ. Por: Nelida Vengoechea

Y SE FUE LA LUZ

Hola  es el año 2100 y no se imaginan la cantidad de máquinas que hay. Mi nombre es Juanita, vivo en una casa que flota por las nubes y todos los días voy al colegio en una nave espacial. Mis compañeros de aula son de todos los colores y viven en diferentes galaxias al igual que yo.

Tengo una máquina para cada cosa, cuando me levanto esta mi robot que me lleva a rastras al baño, en él,  el cepillo se mueve solo, la ducha tiene manos que me restriegan y la toalla me la pasa el toallero. Cuando salgo del baño mi robot me viste, me peina y amarra las agujetas de mis zapatos.


No tengo necesidad de bajar a desayunar, aquí mismo en mi cuarto  tengo un lugar diseñado para eso y como voy al colegio en una nave espacial puedo salir por la ventana sin necesidad de asomarme a la puerta.

Soy la mayor de  2 hermanos, mis papas dicen que en esta época sería una mala idea tener más de dos hijos, aunque a mí me gustaría tener un hermano más.
Cuando llego al colegio no tengo maestro como lo hacían en el siglo pasado, este es remplazado por un holograma que nos explica cuáles son los temas que debemos desarrollar y los links para poder conseguirlos en las tabletas.

Al salir a recreo cada uno de mis compañeros tiene un dispositivo móvil de alta tecnología, con el que puede divertirse sin necesidad de levantarse de su puesto ni de interactuar con los demás, es fantástico.

Como mis padres trabajan todo el día, la jornada escolar se extiende hasta las 6 de la tarde hora en la que pasa mi nave a recogerme y dejarme en la misma ventana por la que salgo todas las mañanas.


Cuando es la hora de la cena todos bajamos a comer pero cada uno tiene un enchufe debajo de la mesa donde pueden conectar sus dispositivos electrónicos para trabajar mientras comemos, por eso la conversación es poco fluida.

Solo hay una persona en mi casa que se rehúsa a vivir de esta manera ella es mi abuela, tiene cien años de edad y vive en nuestra casa, es la mama de mi mama y todas las tardes se encierra en un cuarto al que hace llamar biblioteca. Ella dice que para distraerse no necesita ningún aparato que se enchufe, ni mucho menos viajar de galaxia en galaxia en una nave espacial, solo debe entrar a su cuarto mágico y desde allí puede ir a los lugares que mi mente no se alcanza a imaginar.

Un día todas las galaxias a nuestro alrededor incluyendo la nuestra se infectó de un virus muy potente que destruyo todos los sistemas con los que funcionan nuestros robots. Se sentía un silencio inmenso, las casa dejaron de flotar y se precipitaron al suelo cada una al lado de la otra, no habían robots que cocinaran, ni que me bañaran, ni mucho menos naves que me llevaran al colegio.

Esto era el fin!


Todos estábamos desesperados, mis padres por su trabajo, mi hermano menor por sus juegos virtuales y yo porque no me podía comunicar con ninguna amiga, mi Tablet quedó inservible.
En ese momento me acerqué a mi abuela y susurrándole al oído le pregunte como hacía para estar tan tranquila en medio de tanto caos. Mi abuela con su voz dulce y angelical  me respondió con mucho cariño diciéndome.

¡Hijita no te preocupes, en mi tiempo no había nada de lo que ustedes llaman felicidad y sin embargo éramos más felices que lo que ustedes son ahora!
Pasé toda la tarde sentada en las piernas de mi abuela, escuchando la manera como conversaban, jugaban y estudiaban en su tiempo.

De un momento a otro las por todas las calles se rumoraba que el daño iba a tardar una semana y que se declaraba alerta roja porque no se podían utilizar los aparatos que desde que yo nací me habían hecho todo.
Mi abuela muy tranquila como siempre sacó su vieja mecedora, la puso en la puerta de la casa, de su refugio sacó algo a lo que le llamó libro y comenzó a leer, poco a poco se fueron acercando los niños y adultos a escuchar  los relatos de mi abuela,  poco a poco nos sumergimos en el mundo de la imaginación y no necesitamos nuestros aparatos electrónicos para distraernos, gracias a las rimas y juegos de la abuela pudimos superar el impase.


A la hora de la cena, la abuela nos preparó una exquisita comida, sabia fresca y olía deliciosa, nada que ver  con los plásticos y el microondas, nos sentamos todos en la mesa y por primera vez en mis nueve años de nacida hablamos y hablamos hasta tarde.
Fue una experiencia única e inexplicable, todas las noches leíamos una nueva historia de la biblioteca de la abuela, me sentí cercana a mis papas y a mi hermano. Esa noche descubrí que lo que más me gusta en la vida es tener tiempo para compartir con mi familia a la sombra de un buen libro.
A la semana siguiente cuando llegó la luz, todos nos propusimos cada noche comer sin ningún dispositivo móvil encendido y después de la cena leer increíbles aventuras en  compañía de mi superabuela.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.








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